Notas al programa – 22.3.2011

Georg Philipp Telemann (1681-1767), contemporáneo de figuras como Bach o Haendel, fue en vida mucho más famoso que éstos: músico autodidacta y muy dinámico, fraguó su éxito componiendo para todos los conjuntos instrumentales que pudo imaginar, organizando sus propios conciertos y creando una editorial para vender ediciones de la mayor parte de sus más de mil obras (aún hoy ostenta el record del compositor más prolífico de la historia).

Compuso sus 12 Fantasías para violín sin bajo alrededor de 1733, dentro de una serie de colecciones de fantasías para varios instrumentos solos (para el clave, para la viola de gamba). El título de “fantasía” indica un carácter de “improvisación escrita”, en la que se mezclan pasajes melódicos, polifónicos, virtuosísticos, con la mayor variedad que pudo conseguir la imaginación del compositor. Esta colección de Fantasías fue una de las primeras obras de Telemann que se publicaron de nuevo en el siglo XX.

Jean-Baptiste Accolay (1833-1900), fue un violinista y profesor belga del que se conservan apenas siete obras; la más conocida de ellas es este concierto para violín y orquesta en un solo movimiento, escrito en 1868, y probablemente también la más famosa de las obras “de estudio” que un joven violinista puede trabajar. Aunque su exigencia técnica no es muy grande a primera vista, muchos pedagogos consideran que contiene ejemplos de todas las problemáticas principales que presenta el instrumento.

Franz Liszt (1811-1886) fue una de las figuras más importantes del Romanticisimo. Abordó de manera excepcional las facetas interpretativa, compositiva y pedagógica. Influenciado por Paganini, llevó el piano, instrumento por excelencia de este periodo estético, a las cotas más altas del virtuosismo, sin soslayar el componente expresivo. Personaje de gran carisma y abanderado de su tiempo, fue el precursor de las clases magistrales, de los recitales tal y como hoy en día se conocen, el primero en tocar de memoria y generador de todo un fenómeno fan (las mujeres se desmayaban a su paso y ocasionaban peleas por besar su mano). Para piano tiene una vasta y variada obra, con repertorio que abarca desde ciclos de piezas, repertorio didáctico, danzas, transcripciones de música orquestal o música programática. Dentro de este último grupo puede enmarcarse esta Segunda Balada que se presenta, basada en el mito griego de Heros y Leandro. En ella se pueden observar características  propias de la escritura lisztiana: grandes acordes, empleo de toda la tesitura del instrumento, diseños virtuosísticos como arpegios, escalas cromáticas, octavas y octavas partidas, junto melodías impregnadas de gran lirismo romántico.

Heredero de la tradición violinística franco-belga a través de sus profesores Wieniawski, Massart y Vieuxtemps, Eugène Ysaÿe (1858-1931) fue uno de los violinistas más sobresalientes de su época. A él fueron dedicadas obras como la Sonata de César Franck, el cuarteto de Debussy, o el Poème de Chausson. Consideraba que la escritura para violín no había innovado desde tiempos de Paganini, casi un siglo antes, y trató de realizar su propia aportación en sus composiciones, de las cuales las más importantes son seis sonatas para violín solo Op. 27. Fueron todas esbozadas en un solo día de 1923, tras escuchar Ysaÿe un recital con obras a solo de Bach tocadas por Josef Szigeti, y terminadas en poco más de una semana. Cada sonata está dedicada a un violinista apreciado por Ysaÿe; en el caso de esta sonata nº 3, en un solo movimiento, el dedicatario es George Enesco, violinista y compositor rumano establecido en París.

El compositor checo Antonin Dvorák (1841-1904) pasó cuatro años de su vida en los Estados Unidos, como director del Conservatorio de Nueva York. En el segundo de estos años (1893), y bajo la influencia de la música de tambores indios y los espirituales negros que allí pudo escuchar, escribió su famosa Sinfonía del Nuevo Mundo, y también la Sonatina que hoy escucharemos: fue compuesta por Dvorák para dos de sus hijos, niños entonces, que la estrenaron. Estaba tan orgulloso de la obra que le asignó el número de opus 100, fácil de recordar, aunque no le correspondía. El bello segundo movimiento llegó a editarse por separado con el nombre de Canzonetta India, al volverse muy popular a comienzos del siglo XX gracias al violinista Fritz Kreisler.

Irene Benito y Sara Peral.

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