Notas al programa – 13.4.2013

JOHANNES BRAHMS (1833-1897) es uno de los compositores más emblemáticos del periodo romántico. Alemán, aunque pasó en Viena gran parte de su vida, fue muy reconocido en su época, también como virtuoso pianista (estrenó él mismo muchas de sus composiciones). Su obra toma como referencia las estructuras y técnicas compositivas de los autores barrocos y clásicos, por lo que se le considera el continuador de la tradición en un siglo marcado por la expresión individual y distintas poéticas artísticas. Gran perfeccionista, Brahms destruyó buena parte de sus obras y dejó muchas otras sin publicar, pero las que nos han llegado conforman una de las producciones más notables de la historia de la música.

Sonata Op. 108

Es la más tardía de las obras que escucharemos hoy; Brahms había descartado ya cuatro sonatas para violín y piano antes de componer las tres que finalmente editó. Esbozada en 1886 (año en que vio la luz también la segunda sonata), fue terminada en el verano de 1888 a orillas del lago Thun en Suiza, un lugar que el compositor de 55 años elegía a menudo para descansar. Es la única de las sonatas escrita en cuatro movimientos; también la más vehemente y patética, y la que contiene mayor riqueza de material temático.

El primer movimiento comienza ya con una melodía dramática; el llamativo desarrollo se construye sobre una nota pedal. El adagio, en modo mayor, es una canción lírica a cargo del violín. En el tercer movimiento, de aire rítmico al estilo de un scherzo, el protagonismo pasa al piano, para unirse después los dos instrumentos en el clímax del finale, con el ritmo vigoroso -por momentos diabólico- de una tarantella.

Si bien la sonata está dedicada al pianista, director y compositor Hans von Bülow, fue escrita en cierto modo para favorecer la reconciliación de Brahms con su amigo Joseph Joachim. El violinista húngaro, inspirador de tantas grandes obras románticas, no había perdonado al compositor que se pusiera de parte de su mujer en el proceso de divorcio. El autor envió la sonata recién terminada a la pianista Clara Schumann para ver si la juzgaba digna de Joachim; Clara la consideró “un regalo maravilloso”. Se estrenó en Budapest el 22 de diciembre de 1888 con el autor al piano y el violinista Jenö Hubay, protegido de Joachim -quien la tocaría en Viena unas semanas más tarde-.

16 Valses Op. 39

Compuestos entre 1856 -mientras el autor es director en la corte de Detmold- y 1865 -año en que se traslada definitivamente a Viena-, los valses contienen algunas de las melodías más conocidas del compositor. La colección está dedicada a Eduard Hanslick, célebre musicólogo de la época, amigo y defensor de Brahms y pianista aficionado entusiasta de la ejecución a cuatro manos. El propio dedicatario bromeó sobre la incongruencia que suponía que un alemán “serio” del norte se dedicara a componer pequeños valses para piano; pero Brahms admiraba sobremanera los valses de los compositores vieneses y especialmente los de Johann Strauss y Franz Schubert, en quien se inspiró para esta colección. Muchos reconocen en esta obra un pequeño homenaje a la ciudad que acababa de acogerle.

En los valses se pueden apreciar también evocaciones de Schumann, Chopin o Mendelssohn. Todos están escritos en dos secciones, siendo la segunda usualmente más larga. Fueron estrenados en privado por Albert Dietrich y Clara Schumann en la residencia de la duquesa de Oldenburg. Ante el inesperado éxito que tuvieron al ser publicados, el compositor realizó también una versión para piano solo.

El fenómeno de la interpretación a cuatro manos aparece a mediados del siglo XVIII, con ejemplos de obras de Mozart, Antonio Soler o los hijos de Bach. En el siglo XIX entra en auge por su habitual puesta en práctica en el ámbito doméstico, con repertorio original (Schubert, Mendelssohn o el propio Brahms son grandes exponentes) y con transcripciones de obras sinfónicas, que permitían interpretarlas en el salón de casi cualquier casa, y darlas a conocer en una época en que la música sólo podía escucharse en vivo.

Trío Op. 40

Fue compuesto mayoritariamente en 1864 en Lichtenthal, donde los paisajes de la Selva Negra alemana inspiraron a Brahms la idea de un trío para trompa de caza (Waldhorn), sin válvulas; lo terminó tras la muerte de su madre en febrero de 1865 -fundamentalmente el adagio, que estaba sólo esbozado-. Tras un pase privado en Zurich, el trío se estrenó 7 de diciembre de 1865 en Karlsruhe, con el compositor al piano. Se publicó un año más tarde, y fue revisado en 1891.

Aunque muchos intérpretes de trompa habían ya adoptado el instrumento de válvulas cuando Brahms comenzó a componer, él escribió para trompa natural aparentemente en todas sus obras. Era un instrumento que conocía bien, ya que lo había aprendido de niño al igual que el piano y el violoncello, y lo prefirió quizá por su timbre más sombrío y melancólico, y presumiblemente también como símbolo de tradición -y tradición, en nuestro autor, suponía en gran medida la oposición a Richard Wagner, que había elegido la trompa de válvulas desde sus primeras obras-.

Desde el estreno del trío, las opiniones de la crítica fueron dispares, llegando a considerar la obra menor y poco inspirada. Ello confirmó la apreciación de Clara Schumann, quien habiéndola interpretado en varias ocasiones y considerándola particularmente interesante, dijo que era demasiado audaz para que el público de la época pudiese comprenderla en una sola escucha. Y es audaz tanto en sus complejos desarrollos armónicos como en su novedad formal (ya que ningún movimiento sigue el esquema habitual de una sonata) y fundamentalmente en la formación instrumental, no empleada nunca antes y muy poco hasta nuestros días.

Irene Benito

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