Notas al programa 2.4.2011

Si la de Wolfgang Amadeus Mozart es, como la definió Cioran, la “música oficial del paraíso”, su cuarteto con piano es sin embargo ejemplo de la capacidad del compositor para dotar a la música de una expresión dramática inconfundiblemente humana.

Hay que destacar la importancia trágica que Mozart confería a la tonalidad en que está escrita: de su ingente producción, sólo las Sinfonías 25 y 40 y el Quinteto K.V. 516 están en Sol menor. El Allegro, más motívico que temático, anticipa una sonoridad beethoveniana, con un primer tema autoritario, tormentoso, suavizado por el segundo, más optimista. El Andante ofrece un contrastante remanso de dulzura, y el Rondó resplandece de vitalidad con la fluidez melódica de los dos temas de su estribillo, y los juegos musicales de los episodios. La obra avanza, así, desde la lucha al juego, desde la preocupación a la inocencia, desde la oscuridad hacia la luz.

El autógrafo del cuarteto data del 16 de octubre de 1785. Fruto del encargo de dos cuartetos por parte del editor Hoffmeister en 1785, la partitura no fue muy bien recibida por los potenciales compradores, debido por un lado a su dificultad técnica, y por otro, quizá, a la novedad instrumental –pues es la primera obra que se escribió para cuarteto con piano, formación muy tratada después en el Romanticismo-. Tanto fue así que el contrato fue rescindido, y el siguiente cuarteto publicado por el competidor de Hoffmeister, Artaria.

Hoy día, vemos a Gustav Mahler como el último autor del Romanticismo, la llave para el periodo moderno, el preparador del camino para la denominada “emancipación de la disonancia” y la eliminación de la base armónica. Sin embargo, el cuarteto que escucharemos hoy está aún alejado de los rasgos visionarios de sus obras de madurez: se trata de la obra de Mahler más antigua que ha llegado hasta nosotros, uno de los primeros trabajos serios de un estudiante de 16 años del Conservatorio de Viena (donde cursó piano con Julius Epstein, armonía con Robert Fuchs, y composición con Franz Krenn). Probablemente la primera empresa titánica -abandonada a medias, ya que sólo terminó el primer movimiento y comenzó a esbozar el Scherzo-, fue estrenada en el propio Conservatorio el 10 de julio de 1876. Composición de corte académico, muestra una acusada huella del conocimiento de la obra de Brahms, cuyos cuartetos con piano habían sido interpretados por Epstein poco antes de la llegada de Mahler a su clase.

La historia interpretativa de la obra no es muy larga, ya que no fue publicada hasta 1973 (los 17 compases existentes del Scherzo inspiraron a Alfred Schnittke su Cuarteto para piano y cuerdas, estrenado en 1988). Gran parte de su interés estriba en que, aunque se sabe Mahler compuso en la época un Nocturno para violonchelo, una Sonata para violín y piano, un Quinteto para piano y cuerdas y un Scherzo para quinteto con piano –por el que recibió un premio-, ésta es la única página suya que se conserva para una agrupación de cámara.

El caso de Robert Schumann fue bien distinto, ya que cultivó todos los géneros habituales de la época, y entre ellos la música de cámara de una forma especial, como heredero que se sentía de la tradición clásica ejemplificada por Beethoven. 1842 fue un año especialmente dedicado a este género, tras una época de ausencia de su esposa Clara en que Schumann se dedicó a estudiar los cuartetos de Beethoven, Mozart y Haydn; en dicho año vieron la luz, además de este cuarteto, el más célebre quinteto con piano, en la misma tonalidad, y tres cuartetos de cuerda. Eran las primeras obras de cámara del autor, a excepción de un temprano cuarteto con piano compuesto en 1829, que el propio Schumann no incluyó en su catálogo.

La obra es testimonio tanto de la revolución que Schumann supuso para la escritura y la técnica pianística –las texturas, el empleo del pedal- como de su obsesión por el cuidado de la unidad y la exactitud en la forma, que él consideraba “la vasija del espíritu” de la música. En el primer movimiento, la forma de sonata está enmarcada por una sección lenta que presenta el motivo que se desarrollará después, y que reaparece antes de la reexposición. El vibrante Scherzo en modo menor tiene dos tríos en lugar de uno, y esta característica poco habitual lo convierte en un pequeño rondó. El tercer movimiento, en forma de aria da capo, tiene en el violoncello su protagonista, otorgándole un bello tema lírico del que irán disfrutando después los demás instrumentos. El cuarto y último movimiento está construido mediante juegos contrapuntísticos, fugas aparentes, a partir de un motivo de tres notas que puede considerarse una abreviatura del empleado en el primer movimiento. Y ya lejos de la complejidad sentimental de Mozart, o de la atmósfera espesa que se respira en Mahler, somos contagiados por un optimismo radiante.

Irene Benito.

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