Las Tres Horas y la Santa Cueva
Las Tres Horas es un oficio de Viernes Santo que comenzaron a celebrar los jesuitas en Lima (Perú). Comenzó a celebrarse también en Cádiz hacia 1730, por parte de una cofradía masculina llamada «de la Madre Antigua», que se reunía en sus comienzos en un descampado a media noche para practicar los ejercicios de la Pasión. El entonces obispo de la ciudad, José Escalzo, quiso acoger a la cofradía en el seno de la institución eclesiástica, probablemente para evitar habladurías, y les ofreció la iglesia del Rosario, en el centro de Cádiz. En 1765, durante unas obras en dicha capilla, se descubrió un sótano, y la cofradía solicitó al obispo el permiso para establecerse en él. En 1781 comenzaron las obras para acondicionar lo que sería después la Santa Cueva, que fueron sufragadas por José Sáenz de Santa María, religioso nacido en México que era el director de la hermandad desde 1771 y había heredado el título de marqués de Valde-Íñigo, y la fortuna a él asociada.
La capilla, inaugurada en 1783 y que contiene un Calvario con figuras de Gandulfo y Vaccaro, fue proyectada por el arquitecto Torcuato Cayón. Su discípulo Torcuato Benjumeda se ocupó de la capilla de la Eucaristía, situada sobre la primera, y decorada con tres lienzos de Goya pintados en 1795 y colocados allí un año más tarde. La Santa Cueva fue bendecida en 1795, por lo que hasta entonces podía acoger actos religiosos, pero no litúrgicos.
Al parecer, la costumbre de celebrar el oficio de las Tres Horas se extendió también a otros lugares de España. Varias fuentes refieren que, en 1783, el duque de Híjar encargó al organista Guillermo Ferrer la composición de adagios sobre las Siete Palabras, para ser ejecutados durante el ejercicio de las Tres Horas en la iglesia del Espíritu Santo de Madrid.
El encargo de las Siete Palabras
En 1786, el marqués de Valde-Íñigo escribió a Joseph Haydn por mediación de los marqueses de Méritos y Ureña, para encargarle la composición de una obra que acompañase el oficio de las Tres Horas. Acompañó el encargo de una descripción muy exacta de la ceremonia, para que el compositor comprendiera las circunstancias a las que debía adaptarse. El propio Haydn se referiría así al encargo, años más tarde, en el prólogo a la versión de oratorio:
“Hace aproximadamente quince años, un canónigo de Cádiz me solicitó escribir una música instrumental para las Siete Palabras de Jesús en la Cruz. Entonces se solía celebrar todos los años durante la cuaresma un oratorio en la catedral de Cádiz, a cuyo gran efecto debían contribuir no poco los siguientes preparativos: las paredes, ventanas y arcos de la iglesia eran cubiertos de paños negros, y sólo una gran lámpara, colgada en el medio, iluminaba la sagrada oscuridad. Al mediodía se cerraban todas las puertas, y entonces comenzaba la música. Tras un preludio apropiado, el obispo subía al púlpito, pronunciaba una de las siete palabras, y realizaba una reflexión sobre ella. Cuando terminaba, bajaba del púlpito, y caía de rodillas frente al altar. Esta pausa se llenaba con música. El obispo subía y bajaba del púlpito repetidas veces, y cada vez irrumpía de nuevo la orquesta al terminar el discurso. A esta representación debía adaptarse mi composición. La tarea de encadenar siete adagios de unos diez minutos cada uno sin cansar a los oyentes no era fácil; y pronto me di cuenta de que no podía comprometerme a (terminarla en) el periodo impuesto.
La música era originalmente sin texto, y en esa forma fue también impresa. No fue hasta más tarde que me vi estimulado a acompañarla del texto, esto es, también como oratorio: así aparece ahora por primera vez «Las siete palabras de nuestro Salvador en la cruz» por Breitkopf y Härtel en Leipzig, como una obra absolutamente nueva en lo que a la música vocal se refiere. La predilección con la que los entendidos han acogido este trabajo me hace confiar en que también surta su efecto en el gran público. Viena, en marzo de 1801. Joseph Haydn»
Aunque la correspondencia sobre el encargo se perdió durante la ocupación francesa (1808-12), sabemos hoy, como se refiere más arriba, que no era en la catedral donde la música habría de interpretarse, ni el obispo quien oficiaría la ceremonia. Todo parece indicar que la primera versión que Haydn escribió fue la orquestal, pero no queda claro si ésta fue la primera en sonar en la Santa Cueva.
Las diferentes versiones
En 1787, Artaria publicó en Viena una versión para orquesta, otra para cuarteto y una tercera para piano, realizada por un autor desconocido aunque con el visto bueno de Haydn. La versión de orquesta fue también publicada en Londres por William Forster, a quien Haydn enviaba regularmente sus trabajos.
Para la versión de cuarteto, Haydn introdujo los cambios en un juego de partituras de orquesta, y pidió que el copista le preguntase si tenía dudas (carta del 14.2.1787 a Artaria). Los cambios no fueron muchos, ya que en la versión orquestal los vientos suelen tocar colla parte. Haydn quiso expresamente que los textos de cada Palabra estuvieran escritos en los comienzos del primer violín. La fuente más fiable es la edición original; todas las siguientes son copias de ella.
Algunos años después, el maestro de capilla alemán Joseph Friebert realizó una versión de oratorio con un texto alemán de cosecha propia. Haydn pudo escuchar esta versión y la alabó, aunque consideró que él mismo hubiera escrito mejor las voces cantadas. Motivado por esta provocación, y quizá también por el deseo de agrandar la fama que ya habían alcanzado las Palabras, hizo su propia versión del oratorio en 1796, modificando los textos de Friebert con ayuda de Gottfried van Swieten (dedicatorio de obras de Carl Philipp Emanuel Bach y de Beethoven, que sería más tarde el libretista de Las Estaciones y La Creación). Esta versión fue publicada por Artaria en 1801, con el prólogo que hemos traducido más arriba.
¿Qué versión de las Siete palabras se tocaba originalmente en la Santa Cueva?
Desconocemos de entrada si la obra se tocó por primera vez en Cádiz, en el lugar para el que estaba destinada, o si fue estrenada anteriormente en Viena.
La cuestión de la versión tocada por primera vez en la Santa Cueva no parece ser verificable, y sólo ha dado lugar a hipótesis más o menos fundadas. No se sabe cuál fue, cuándo, ni por parte de quién. Carlos Prieto afirma que fue la versión orquestal y que el violonchelista italiano Carlo Moro habría participado en ella, pero no cita qué fuentes lo refieren. Algunos autores consideran que el espacio en la Santa Cueva es demasiado reducido para la versión orquestal, otros, que es posible acomodar a los 24 músicos necesarios en las tres naves (lo cual se ha demostrado, en realidad).
Castro y Serrano escuchó la obra en 1866 y se refiere sin dudas al cuarteto: «se derraman las notas tenues de los cuatro instrumentos […], la imponente ira de aquel cuarteto desbordado»; y explica que los músicos no tocaban en las naves de la capilla, sino en una tribuna o galería sobre la nave derecha, comunicada con la iglesia por ventanas: Concluida la explicación de la palabra, […] se enlaza el ECO de la última sílaba con el primer acorde de uno de los siete andantes musicales; y esta transición, tanto más inesperada cuanto que la melodía baja del cielo, suspende el ánimo del auditor, impidiendo todo género de curiosidad”. En tiempos modernos se hace la versión de cuarteto, aunque ha tenido interrupciones.
Bibliografía
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- HAYDN, J., Prólogo a la Primera edición de las Siete Palabras en versión de oratorio, Breitkopf & Härtel, Leipzig, 1801. IMSLP. Traducción propia.
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- PRIETO, C., Las aventuras de un violonchelo, Fondo de Cultura Económica, México, 2013 (Google Books).